martes, 5 de diciembre de 2017

NUEVO CURSO 2017-2018 EN MARCHA, ¿ENLATADO?

De la red. 
A punto de terminar el primer trimestre de creatividad en el CBA, en Irún, ya es hora de poder leer a los valientes que este año acuden al curso. Mucho nivel, muchos avances y como siempre, mucha risa, porque el humor hace que la creatividad aflore, relajemos la mente y la tensión por escribir grandes textos y, simplemente, escribamos. 

Un año más, estoy encantada por poder disfrutar y aprender con ellos.

¡Comenzamos! 

Imaginad una lata de sardinas. Ser el contenido o el continente. Ser o no ser... Con esa pauta y la libertad que pueden otorgar 20 líneas, les dije: 
-Escribid, escribid...

Este es el resultado. Me quito el sombrero.

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***LOLA***


Visto de oro y plata, casi siempre brillante.
Soy, a la par, contenido y continente.
Guardo para ti un pequeño tesoro, con todas sus esencias.
Albergo en mi vientre, interesantes nutrientes.
Aporto a tu salud ricos omegas.
Soy humilde, sencilla y corriente.
Habitualmente vivo en las cocinas.
Alimento tanto al niño como al anciano.
Puedo componer el rancho del soldado.
Viajo en mochila, asciendo cimas,
siendo fiel compañera del montañero valiente.
Mi servicial destino es profundo y fecundo.
Después de disfrutarme, me debieras reciclar, a modo de rutina.
No mezclarme con cualquier basura, como vulgar desperdicio

Y no menospreciarme por ser una modesta lata de sardinas.

***ANA***

HOJA DE LATA
Mi nombre es Hoja y mi apellido de Lata y hoy quiero contar mi triste historia.
Nací en una bella factoría, me trajeron al mundo un grupo de experimentados operarios y ellos fueron mi primera decepción, ya que creí que lo habían hecho por amor, pero con el tiempo, cuando empecé a conocer un poco mejor a los seres humanos, supe que fue el dinero lo que motivo el bello gesto de traerme a este mundo. Al poco de nacer, me metieron en un camión y me llevaron a otra factoría, donde me destinaron a ser una cárcel de máxima seguridad de sardinillas de marca blanca.
Al principio, me sonó requetebién, pero mis compañeras me informaron que ser de marca blanca era
de lo más denigrante, que lo que molaba era ser de “marca”, vamos, que me sobraba el blanca. Sin
darme tiempo a recuperarme de la conmoción me colocaron bruscamente sobre una cinta que se
movía y fueron rellenando mi precioso y brillante interior con aquellos bichitos plateados de olor
nauseabundo, y para colmo de mis males, regados generosamente con una salsa a la que llamaban
“escabeche”. ¡Qué cruel destino el mío! Ni siquiera unas pocas gotas de aceite de oliva, que según
había oído, me hubieran dado algo más de glamour.
Cuando creí que ya no sufriría más humillaciones, me metieron a empellones en una caja de cartón
en la que habían impreso un ridículo pajarito mirando un plato lleno de sardinillas y en un extremo
mi nuevo nombre:” Auchan”. Grité desesperada que mi nombre era Hoja, pero comprendí
enseguida que a las latas nadie nos escucha.
Ahora, solo me queda la esperanza de que quien me compre se compadezca de mi y me
deposite en el contenedor de reciclaje para tener una segunda oportunidad y que en mi siguiente
vida me rellenen de huevecitos de beluga. No pararé de rezar a San Aluminio para que así sea.

***ANA ROSA***

AHHHHHHHHYYYYY!!! Me asusto con mi bostezo. Grande, profundo… Como la pesadilla que he tenido. Uf! Que desasosiego! Me niego a abrir los ojos. Voy a aprovechar este ratito de tranquilidad hasta que suene el despertador. Me cuesta desperezarme. Como si no tuviera sitio para moverme. Pero… SI NO TENGO SITIO PARA MOVERME! Toco algo frío y  húmedo. Recuerda: qué pasó anoche en la fiesta? Con quien he terminado q encima huele fatal? O soy yo? Me siento pegajosa. Apretada. Parece que tengo muñoncitos. Osti! Que raro todo…. Trankil! Que estás hiperventilando … Bahhh!!! Sé lo que pasa… sigo soñando. Intento sonreir, pero no lo veo. Mantengo los ojos cerrados.
Suena el despertador. Que pesadilla! Y que pesadez! Parece que tengo encima kilos y kilos. Voy tomando conciencia del ajetreo de esta noche. Me tengo que replantear seriamente mi vida y dejar la bebida. APAGA EL DESPERTADOR! Mis esfuerzos se limitan a arrastrarme por la cama. Muevo los músculos de la cara y los ojos no se abren. Intento sacar los brazos de entre las sábanas y … Y….Y… Que no puedo! Siento un sudor alrededor y dentro de mí que me invade. Quiero despertarme. Seguro que me han echado algo en el Gin tonic. Mira que repito a las crías que no se fíen de nadie. Y mira yo… Oigo en la lejanía una voz profunda que no reconozco: “dónde estás? Apaga ese maldito aparato! Uy! Qué hace esta lata de sardinas en la cama? Y llena? Hola???”
La voz se diluye. Directamente opto por desmayarme.

***JAVIER***

¡Vaya lata!
Oliendo fuerte a mar y a un afrutado y verduzco aceite de oliva virgen extra, Tierras de Canena de primera presión, me desperté. Cuál no sería mi sorpresa al verme convertida en una lata de sardinas.

El espacio interior lo ocupábamos sólo dos piezas de pescado azul. Intuía que yo había sido una preciosa sardinilla que bailoteaba feliz entre las olas y el vaivén marino, pero quien ocupaba la mayor parte de aquel recinto amurallado era un enorme sardino nada agraciado. ¡Cuánta injusticia para la estética!

Menos mal que, descabezada, no tenía que dar muchas vueltas al cerebro, y me dediqué a disfrutar del envolvente y exquisito aroma oleaginoso que me fascinaba.

Saliendo de mi enmimismamiento, pude poner mi sentir inteligente en el continente: Se trataba de una lata férrea, con un sistema arcaico de apertura, que me hacía intuir que mi encierro sería a perpetuidad. Hacía mucho tiempo que ese tipo de abrelatas se había dejado de fabricar. Consistía en una llave que disponía de un vástago con un orificio, en el cual era preciso introducir la lengüeta que sobresalía de la lata y que, mediante el giro de una especie de pomo plano en el extremo contrario, la iba abriendo como si de un tirabuzón de hojalata se tratara.

La lata había perdido su envoltura de cartón y, con ella, su fecha de caducidad.
Eso suponía que podría gozar de la vida eterna en el paraíso prometido.

Me sentía feliz sintiendo que, aunque volviera a dormirme, ya nunca más despertaría en forma horriblemente humana.


***MAXI***

"Solo una lata"

Eramos las mejores, adaptadas, veloces, fuertes. Lo eramos tras sobrevivir a todo y a todos.  ¿Y qué somos ahora? Ahora somos una lata. Una sencilla lata de metal, contenedor de  lo mejor que jamás hubo entre las sardinas tras ser atrapadas por unos miserables hilos de nailon. Solo un paquete de maravilla animal rodeada de un mar de mejunje oleoso.
Mírame, tú que perteneces a la especie que nos pescó, enciende la luz de este almacén, retrocede ampliando tu visión. Así, bien. ¿Me ves? No, claro, solo ves un muro de latas. Cientos, miles como yo, apiladas, formamos un banco de metal como en el océano lo hacíamos por millares. Es inútil, estoy aquí, pero tú no puedes distinguir a las mejores sardinas que jamás nadaron entre las corrientes. No puedes porque el hombre no sabe ver;  tanto afán, inteligencia y habilidad para encontrar la excelencia, para atrapar el tesoro, lo único, lo mejor; y cuando lo lográis, lo simplificáis, lo igualáis, lo almacenáis y llegado el momento, devoráis con ansiedad, arrojáis los restos y salís corriendo a por más. Como haréis con esta lata, como haréis conmigo.
Al final acabaréis con todo, con lo excelente y con lo mediocre, y seguiréis buscando como locos, porque vuestra especie no sabe valorar lo primero ni conservar lo segundo.


***JOSERRA***

Soy un bocazas. Tengo que reconocerlo. Si no lo fuera, no me encontraría en esta penosa situación. Y mira que muchas veces trato de poner en práctica aquella frase que escuché una vez: se nos han dado dos orejas y una boca para que hablemos la mitad de lo que escuchamos.
Pues no hay forma. Antes muerto que callado. El caso es que Mónica y yo llevábamos año y medio saliendo. Estábamos la mar de bien. Ella en su apartamento alquilado y yo en casa de mis padres. Teníamos una relación… llamémosla moderna. A mí me encantaba porque no tenía nada que hacer ni en una casa ni en la otra. De vez en cuando me quedaba a dormir con ella, sobre todo los fines de semana, a mesa puesta. Y en casa de mis padres igual, no pegaba ni golpe.
Hasta que un día ella me dijo que ya era hora de vivir juntos, de comprometerme de verdad. Yo, como no podía estar callado, le dije que mejor de lo que estábamos era imposible. Yo al menos vivía de puta madre. Se me enfadó. ¡Y cómo, además! Para que hiciésemos las paces le dije que había recapacitado y que tenía razón, que estaba dispuesto a buscar un piso conjuntamente. Vimos un montón de ellos, pero yo siempre les encontraba un ”pero”.
Hasta que en el último me dijo: “Mira cariño, o nos quedamos con éste o te vas a tomar por saco”
Y yo que no me podía estar callado, le solté. “¿Aquí quieres que vivamos, que construyamos nuestro nido de amor? Estaríamos mejor en una lata de sardinas”
Hecho y dicho. De repente, estaba en una lata, bañado en un líquido viscoso, aceite de oliva primer prensado, cien por cien natural, pegado a otras cinco sardinas sin cabeza. “¿Qué coño hacemos aquí?” les pregunté a mis recién conocidas compañeras. Pero claro, como no tenían cabeza, ninguna pudo contestarme. Estaba reflexionando sobre la manera en la que había llegado a tan lamentable situación, cuando de repente alguien cogió la lata, le quitó la tapa y pinchó en un tenedor a una de mis compañeras. “El próximo seré yo” me dije desesperado. Miré la cara de la cavernícola que nos estaba comiendo y, sorpresa, era Mónica.  Comencé a gritar desesperadamente y entonces Mónica me despertó. “¿Qué te pasa cariño- me dijo- no te gusta nuestro nuevo piso? 


***MIREN***

La bolsa del súper llevaba mucho peso y por eso se rompió por un costado y fui a caer justo al lado de Miguel.
Me miró como quien ve un tesoro. No había comido en todo el dìa.

Diez años llevaba pidiendo en la misma puerta de la misma iglesia. 
Había días en que llegaba a conseguir diez o quince euros (¡una fortuna!), pero ese día, lloviendo a mares, no tenía en su cajita de cartón ni siquiera dos.

Me miró confuso todavía, sin poder creérselo.
-¡Ahí es nada! -se dijo- ¡Una lata de sardinas!
Miró a su alrededor y todo el mundo iba corriendo. Por la lluvia, nadie se habia fijado en mí.

Me cogió con sus arrugadas manos y empezó a acariciarme como si yo fuera algo maravilloso.

Me sentía muy a gusto. Sacó una navajita de su descompuesto abrigo y con mucha delicadeza, me quitó la tapa. No sentí nada, la tapa se abrió fácilmente.

En ese momento vi la alegría en sus ojos, mirando el hermoso color plateado de mis sardinas, bañadas en mi dorado aceite de oliva de primera (porque yo era de las buenas).

Comió despacio disfrutando todo mi contenido, hasta dejarme brillante y pulida, bien limpia.

Después, despacito, tiró la cajita desvencijada de cartón.

Sigue  en la misma puerta y en la misma  iglesia, aunque ahora todas las monedas que le dan caen dentro de mí y el sonido que producen en mi interior llama la atenciòn de las personas que pasan y caen muchas más que antes.

Ya soy su lata: de sardinas sí, pero su lata.


***SARA***

Esto parece la estantería de un supermercado, sí, seguro, toda esa gente paseando por el pasillo con carros llenos de cosas. A ver si me centro que llevo mucho tiempo vagando por la nada. Recuerdo  haber sido mosca, conejo, Papa de Roma, cucaracha, prostituta, elefante, en fin llevo tantas reencarnaciones a mis espaldas que ya he perdido la cuenta.  Si mal no recuerdo en la última fui presidente de gobierno. Vaya, pues sí que debí de cagarla para haber retrocedido a lata de sardinas. Esa mano viene a por mí, sí, sí, me ha elegido, esto se pone emocionante, ya estoy dentro de un carro. A ver qué compañeros encuentro por aquí. Una botella de champagne, me ha mirado con desdén ¿Qué se piensa? Por si no se ha dado cuenta, vamos en el mismo carro… y a su lado un Rioja crianza denominación de origen, ese ni me mira; por lo visto he topado con la aristocracia del carro. ¡Ahí va! La botella de champagne se le está insinuando al rioja, como siga así al rioja se le va a salir el corcho. Un bote de espárragos, me mira como si hubiera visto un despojo, me estoy empezando a mosquear. ¿Y esa caja de ahí? Anchoas de Santoña. Está cuchicheando con una caja de paté de foie, me miran y se ríen. ¿Pero que se piensan? ¡Vaya carro de pijos me ha tocado! Pues yo no me arredro, que se enteren, por lo visto soy la proletaria del grupo pero aquí ninguno se las va a dar delante de mí, soy la más saludable,  la mejor considerada por la medicina y por la ciencia y todos los demás fastidian el hígado, suben la tensión o el colesterol o todo a la vez. Ala, a sacar pecho.


***PILI***
REENCARNACIÓN
No entiendo cómo puede oler tan mal. Olor repugnante y aceitoso. Estoy rozando un cartón fino que me envuelve, encerrado, oculto. Parece que me he escondido de mí mismo. El cartón está limpio pero yo no. Me siento pequeño, apenas un instante, una nada. La oscuridad me tranquiliza pero no sé dónde estoy. Grito pero no me escucho. ¡Que absurdo!
El olor me recuerda a la peste nauseabunda que sale de la boca de Onintza mientras come sardinas. Aunque hace tiempo que no las trae a casa. Más le vale. No aguanto ese pringue untoso y verla cogiéndolas con la mano y colocándolas entre pan. Es para cruzarle la cara.

Me siento frío, es extraño, como si no tuviera sangre, como si mi cuerpo fuese algo inanimado. No veo nada, no puedo moverme, pero estoy presente en algún sitio. Estoy aquí pero no sé cual es ese aquí. ¿Estaré muerto? ¡Cómo huele a sardinas! ¿Me estaré volviendo loco?

Llevo unos días ausente, como ido. Al final, seguro que me trajo la botella de coñac que le pedí. Aunque no me extraña después de mi sentencia y pena. Dos buenas ostias valen más que un montón de explicaciones. Me habré bebido la botella entera y así estoy, que no me entero de nada. Creo que me caí junto al armario de la despensa. Seguro que me golpeé la cabeza.

Alguien está abriendo el cartón, espera, algo de luz por fin. Es Onintza. Le hablo pero parece no verme. Pero… ¡si me ha cogido con una mano!¿Por qué soy tan ridículamente pequeño? ¿Qué haces, estúpida? ¡Joder, no!¡Mierda puta! Siento como me arranca la piel y me deja sobre la encimera de la cocina. Ha cogido un trozo de pan. Está comiéndose un bocadillo relleno de cuatro sardinas que ha sacado de mi interior abierto. ¿Estaré soñando?

Onintza se relame mientras se deleita como el bocata. Entre dientes declara:

‑­  ¡Cómo me alegro de que estés muerto, cerdo!


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