De la red. |
Un año más, estoy encantada por poder disfrutar y aprender con ellos.
¡Comenzamos!
Imaginad una lata de sardinas. Ser el contenido o el continente. Ser o no ser... Con esa pauta y la libertad que pueden otorgar 20 líneas, les dije:
-Escribid, escribid...
Este es el resultado. Me quito el sombrero.
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***LOLA***
Visto
de oro y plata, casi siempre brillante.
Soy,
a la par, contenido y continente.
Guardo
para ti un pequeño tesoro, con todas sus esencias.
Albergo
en mi vientre, interesantes nutrientes.
Aporto
a tu salud ricos omegas.
Soy
humilde, sencilla y corriente.
Habitualmente
vivo en las cocinas.
Alimento
tanto al niño como al anciano.
Puedo
componer el rancho del soldado.
Viajo
en mochila, asciendo cimas,
siendo
fiel compañera del montañero valiente.
Mi
servicial destino es profundo y fecundo.
Después
de disfrutarme, me debieras reciclar, a modo de rutina.
No
mezclarme con cualquier basura, como vulgar desperdicio
Y no
menospreciarme por ser una modesta lata de sardinas.
***ANA***
HOJA DE LATA
Mi nombre es Hoja y mi apellido de Lata y hoy quiero contar mi triste historia.
Nací en una bella factoría, me trajeron al mundo un grupo de experimentados operarios y ellos fueron mi primera decepción, ya que creí que lo habían hecho por amor, pero con el tiempo, cuando empecé a conocer un poco mejor a los seres humanos, supe que fue el dinero lo que motivo el bello gesto de traerme a este mundo. Al poco de nacer, me metieron en un camión y me llevaron a otra factoría, donde me destinaron a ser una cárcel de máxima seguridad de sardinillas de marca blanca.
Al principio, me sonó requetebién, pero mis compañeras me informaron que ser de marca blanca era
de lo más denigrante, que lo que molaba era ser de “marca”, vamos, que me sobraba el blanca. Sin
darme tiempo a recuperarme de la conmoción me colocaron bruscamente sobre una cinta que se
movía y fueron rellenando mi precioso y brillante interior con aquellos bichitos plateados de olor
nauseabundo, y para colmo de mis males, regados generosamente con una salsa a la que llamaban
“escabeche”. ¡Qué cruel destino el mío! Ni siquiera unas pocas gotas de aceite de oliva, que según
había oído, me hubieran dado algo más de glamour.
Cuando creí que ya no sufriría más humillaciones, me metieron a empellones en una caja de cartón
en la que habían impreso un ridículo pajarito mirando un plato lleno de sardinillas y en un extremo
mi nuevo nombre:” Auchan”. Grité desesperada que mi nombre era Hoja, pero comprendí
enseguida que a las latas nadie nos escucha.
Ahora, solo me queda la esperanza de que quien me compre se compadezca de mi y me
deposite en el contenedor de reciclaje para tener una segunda oportunidad y que en mi siguiente
vida me rellenen de huevecitos de beluga. No pararé de rezar a San Aluminio para que así sea.
***ANA ROSA***
AHHHHHHHHYYYYY!!! Me asusto con mi bostezo.
Grande, profundo… Como la pesadilla que he tenido. Uf! Que desasosiego! Me
niego a abrir los ojos. Voy a aprovechar este ratito de tranquilidad hasta que
suene el despertador. Me cuesta desperezarme. Como si no tuviera sitio para
moverme. Pero… SI NO TENGO SITIO PARA MOVERME! Toco algo frío y húmedo. Recuerda: qué pasó anoche en la
fiesta? Con quien he terminado q encima huele fatal? O soy yo? Me siento
pegajosa. Apretada. Parece que tengo muñoncitos. Osti! Que raro todo…. Trankil!
Que estás hiperventilando … Bahhh!!! Sé lo que pasa… sigo soñando. Intento
sonreir, pero no lo veo. Mantengo los ojos cerrados.
Suena el despertador. Que pesadilla! Y que
pesadez! Parece que tengo encima kilos y kilos. Voy tomando conciencia del
ajetreo de esta noche. Me tengo que replantear seriamente mi vida y dejar la
bebida. APAGA EL DESPERTADOR! Mis esfuerzos se limitan a arrastrarme por la
cama. Muevo los músculos de la cara y los ojos no se abren. Intento sacar los
brazos de entre las sábanas y … Y….Y… Que no puedo! Siento un sudor alrededor y
dentro de mí que me invade. Quiero despertarme. Seguro que me han echado algo
en el Gin tonic. Mira que repito a las crías que no se fíen de nadie. Y mira
yo… Oigo en la lejanía una voz profunda que no reconozco: “dónde estás? Apaga
ese maldito aparato! Uy! Qué hace esta lata de sardinas en la cama? Y llena?
Hola???”
La voz se diluye. Directamente opto por
desmayarme.
***JAVIER***
¡Vaya lata!
Oliendo fuerte a mar y a un
afrutado y verduzco aceite de oliva virgen extra, Tierras de Canena de primera
presión, me desperté. Cuál no sería mi sorpresa al verme convertida en una lata
de sardinas.
El espacio interior lo
ocupábamos sólo dos piezas de pescado azul. Intuía que yo había sido una
preciosa sardinilla que bailoteaba feliz entre las olas y el vaivén marino,
pero quien ocupaba la mayor parte de aquel recinto amurallado era un enorme
sardino nada agraciado. ¡Cuánta injusticia para la estética!
Menos mal que, descabezada, no
tenía que dar muchas vueltas al cerebro, y me dediqué a disfrutar del
envolvente y exquisito aroma oleaginoso que me fascinaba.
Saliendo de mi enmimismamiento, pude poner mi sentir
inteligente en el continente: Se trataba de una lata férrea, con un sistema
arcaico de apertura, que me hacía intuir que mi encierro sería a perpetuidad. Hacía
mucho tiempo que ese tipo de abrelatas se había dejado de fabricar. Consistía
en una llave que disponía de un vástago con un orificio, en el cual era preciso
introducir la lengüeta que sobresalía de la lata y que, mediante el giro de una
especie de pomo plano en el extremo contrario, la iba abriendo como si de un
tirabuzón de hojalata se tratara.
La lata había perdido su envoltura
de cartón y, con ella, su fecha de caducidad.
Eso suponía que podría gozar de
la vida eterna en el paraíso prometido.
Me sentía feliz sintiendo que,
aunque volviera a dormirme, ya nunca más despertaría en forma horriblemente
humana.
***MAXI***
"Solo una lata"
Eramos las mejores, adaptadas, veloces, fuertes. Lo eramos tras sobrevivir a todo y a todos. ¿Y qué somos ahora? Ahora somos una lata. Una sencilla lata de metal, contenedor de lo mejor que jamás hubo entre las sardinas tras ser atrapadas por unos miserables hilos de nailon. Solo un paquete de maravilla animal rodeada de un mar de mejunje oleoso.
Mírame, tú que perteneces a la especie que nos pescó, enciende la luz de este almacén, retrocede ampliando tu visión. Así, bien. ¿Me ves? No, claro, solo ves un muro de latas. Cientos, miles como yo, apiladas, formamos un banco de metal como en el océano lo hacíamos por millares. Es inútil, estoy aquí, pero tú no puedes distinguir a las mejores sardinas que jamás nadaron entre las corrientes. No puedes porque el hombre no sabe ver; tanto afán, inteligencia y habilidad para encontrar la excelencia, para atrapar el tesoro, lo único, lo mejor; y cuando lo lográis, lo simplificáis, lo igualáis, lo almacenáis y llegado el momento, devoráis con ansiedad, arrojáis los restos y salís corriendo a por más. Como haréis con esta lata, como haréis conmigo.
Al final acabaréis con todo, con lo excelente y con lo mediocre, y seguiréis buscando como locos, porque vuestra especie no sabe valorar lo primero ni conservar lo segundo.
Eramos las mejores, adaptadas, veloces, fuertes. Lo eramos tras sobrevivir a todo y a todos. ¿Y qué somos ahora? Ahora somos una lata. Una sencilla lata de metal, contenedor de lo mejor que jamás hubo entre las sardinas tras ser atrapadas por unos miserables hilos de nailon. Solo un paquete de maravilla animal rodeada de un mar de mejunje oleoso.
Mírame, tú que perteneces a la especie que nos pescó, enciende la luz de este almacén, retrocede ampliando tu visión. Así, bien. ¿Me ves? No, claro, solo ves un muro de latas. Cientos, miles como yo, apiladas, formamos un banco de metal como en el océano lo hacíamos por millares. Es inútil, estoy aquí, pero tú no puedes distinguir a las mejores sardinas que jamás nadaron entre las corrientes. No puedes porque el hombre no sabe ver; tanto afán, inteligencia y habilidad para encontrar la excelencia, para atrapar el tesoro, lo único, lo mejor; y cuando lo lográis, lo simplificáis, lo igualáis, lo almacenáis y llegado el momento, devoráis con ansiedad, arrojáis los restos y salís corriendo a por más. Como haréis con esta lata, como haréis conmigo.
Al final acabaréis con todo, con lo excelente y con lo mediocre, y seguiréis buscando como locos, porque vuestra especie no sabe valorar lo primero ni conservar lo segundo.
***JOSERRA***
Soy un bocazas. Tengo
que reconocerlo. Si no lo fuera, no me encontraría en esta penosa situación. Y
mira que muchas veces trato de poner en práctica aquella frase que escuché una
vez: se nos han dado dos orejas y una boca para que hablemos la mitad de lo que
escuchamos.
Pues no hay
forma. Antes muerto que callado. El caso es que Mónica y yo llevábamos año y
medio saliendo. Estábamos la mar de bien. Ella en su apartamento alquilado y yo
en casa de mis padres. Teníamos una relación… llamémosla moderna. A mí me
encantaba porque no tenía nada que hacer ni en una casa ni en la otra. De vez
en cuando me quedaba a dormir con ella, sobre todo los fines de semana, a mesa
puesta. Y en casa de mis padres igual, no pegaba ni golpe.
Hasta que un día
ella me dijo que ya era hora de vivir juntos, de comprometerme de verdad. Yo,
como no podía estar callado, le dije que mejor de lo que estábamos era
imposible. Yo al menos vivía de puta madre. Se me enfadó. ¡Y cómo, además! Para
que hiciésemos las paces le dije que había recapacitado y que tenía razón, que
estaba dispuesto a buscar un piso conjuntamente. Vimos un montón de ellos, pero
yo siempre les encontraba un ”pero”.
Hasta que en el
último me dijo: “Mira cariño, o nos quedamos con éste o te vas a tomar por saco”
Y yo que no me
podía estar callado, le solté. “¿Aquí quieres que vivamos, que construyamos
nuestro nido de amor? Estaríamos mejor en una lata de sardinas”
Hecho y dicho. De
repente, estaba en una lata, bañado en un líquido viscoso, aceite de oliva
primer prensado, cien por cien natural, pegado a otras cinco sardinas sin
cabeza. “¿Qué coño hacemos aquí?” les pregunté a mis recién conocidas
compañeras. Pero claro, como no tenían cabeza, ninguna pudo contestarme. Estaba
reflexionando sobre la manera en la que había llegado a tan lamentable
situación, cuando de repente alguien cogió la lata, le quitó la tapa y pinchó
en un tenedor a una de mis compañeras. “El próximo seré yo” me dije
desesperado. Miré la cara de la cavernícola que nos estaba comiendo y,
sorpresa, era Mónica. Comencé a gritar
desesperadamente y entonces Mónica me despertó. “¿Qué te pasa cariño- me dijo-
no te gusta nuestro nuevo piso?
***MIREN***
La bolsa del súper llevaba mucho peso y por eso se rompió por un costado y fui a caer justo al lado de Miguel.
Me miró como quien ve un tesoro. No había comido en todo el dìa.
Diez años llevaba pidiendo en la misma puerta de la misma iglesia.
Había días en que llegaba a conseguir diez o quince euros (¡una fortuna!), pero ese día, lloviendo a mares, no tenía en su cajita de cartón ni siquiera dos.
Me miró confuso todavía, sin poder creérselo.
-¡Ahí es nada! -se dijo- ¡Una lata de sardinas!
Miró a su alrededor y todo el mundo iba corriendo. Por la lluvia, nadie se habia fijado en mí.
Me cogió con sus arrugadas manos y empezó a acariciarme como si yo fuera algo maravilloso.
Me sentía muy a gusto. Sacó una navajita de su descompuesto abrigo y con mucha delicadeza, me quitó la tapa. No sentí nada, la tapa se abrió fácilmente.
En ese momento vi la alegría en sus ojos, mirando el hermoso color plateado de mis sardinas, bañadas en mi dorado aceite de oliva de primera (porque yo era de las buenas).
Comió despacio disfrutando todo mi contenido, hasta dejarme brillante y pulida, bien limpia.
Después, despacito, tiró la cajita desvencijada de cartón.
Sigue en la misma puerta y en la misma iglesia, aunque ahora todas las monedas que le dan caen dentro de mí y el sonido que producen en mi interior llama la atenciòn de las personas que pasan y caen muchas más que antes.
Ya soy su lata: de sardinas sí, pero su lata.
***SARA***
Esto parece la estantería de un supermercado,
sí, seguro, toda esa gente paseando por el pasillo con carros llenos de cosas.
A ver si me centro que llevo mucho tiempo vagando por la nada. Recuerdo haber sido mosca, conejo, Papa de Roma,
cucaracha, prostituta, elefante, en fin llevo tantas reencarnaciones a mis
espaldas que ya he perdido la cuenta. Si
mal no recuerdo en la última fui presidente de gobierno. Vaya, pues sí que debí
de cagarla para haber retrocedido a lata de sardinas. Esa mano viene a por mí,
sí, sí, me ha elegido, esto se pone emocionante, ya estoy dentro de un carro. A
ver qué compañeros encuentro por aquí. Una botella de champagne, me ha mirado
con desdén ¿Qué se piensa? Por si no se ha dado cuenta, vamos en el mismo
carro… y a su lado un Rioja crianza denominación de origen, ese ni me mira; por
lo visto he topado con la aristocracia del carro. ¡Ahí va! La botella de
champagne se le está insinuando al rioja, como siga así al rioja se le va a
salir el corcho. Un bote de espárragos, me mira como si hubiera visto un
despojo, me estoy empezando a mosquear. ¿Y esa caja de ahí? Anchoas de Santoña.
Está cuchicheando con una caja de paté de foie, me miran y se ríen. ¿Pero que
se piensan? ¡Vaya carro de pijos me ha tocado! Pues yo no me arredro, que se
enteren, por lo visto soy la proletaria del grupo pero aquí ninguno se las va a
dar delante de mí, soy la más saludable, la mejor considerada por la medicina y por la
ciencia y todos los demás fastidian el hígado, suben la tensión o el colesterol
o todo a la vez. Ala, a sacar pecho.
***PILI***
REENCARNACIÓN
No
entiendo cómo puede oler tan mal. Olor repugnante y aceitoso. Estoy rozando un
cartón fino que me envuelve, encerrado, oculto. Parece que me he escondido de
mí mismo. El cartón está limpio pero yo no. Me siento pequeño, apenas un
instante, una nada. La oscuridad me tranquiliza pero no sé dónde estoy. Grito
pero no me escucho. ¡Que absurdo!
El
olor me recuerda a la peste nauseabunda que sale de la boca de Onintza mientras
come sardinas. Aunque hace tiempo que no las trae a casa. Más le vale. No
aguanto ese pringue untoso y verla cogiéndolas con la mano y colocándolas entre
pan. Es para cruzarle la cara.
Me
siento frío, es extraño, como si no tuviera sangre, como si mi cuerpo fuese
algo inanimado. No veo nada, no puedo moverme, pero estoy presente en algún
sitio. Estoy aquí pero no sé cual es ese aquí. ¿Estaré muerto? ¡Cómo huele a
sardinas! ¿Me estaré volviendo loco?
Llevo
unos días ausente, como ido. Al final, seguro que me trajo la botella de coñac
que le pedí. Aunque no me extraña después de mi sentencia y pena. Dos buenas
ostias valen más que un montón de explicaciones. Me habré bebido la botella
entera y así estoy, que no me entero de nada. Creo que me caí junto al armario
de la despensa. Seguro que me golpeé la cabeza.
Alguien
está abriendo el cartón, espera, algo de luz por fin. Es Onintza. Le hablo pero
parece no verme. Pero… ¡si me ha cogido con una mano!¿Por qué soy tan
ridículamente pequeño? ¿Qué haces, estúpida? ¡Joder, no!¡Mierda puta! Siento
como me arranca la piel y me deja sobre la encimera de la cocina. Ha cogido un
trozo de pan. Está comiéndose un bocadillo relleno de cuatro sardinas que ha
sacado de mi interior abierto. ¿Estaré soñando?
Onintza
se relame mientras se deleita como el bocata. Entre dientes declara:
‑ ¡Cómo me alegro de que estés muerto, cerdo!